jueves, 5 de febrero de 2009

2) Vanidad de la riqueza.

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Probable imagen escultórica de San Mateo con su atributo
característico de la bolsa de monedas colgando al cuello,
aludiendo a su actividad de recaudador de impuestos
previa a su conversión en apóstol de Cristo.
Estatua columna de la portada románica sur de
la Iglesia parroquial de San Cristóbal de Larraona (Navarra).
Finales del S-XII.
Arte románico popular.
(Foto de Jesús Díaz).


Decían sabiamente los filósofos epicúreos que se puede ser rico de dos maneras distintas, aumentando las riquezas, las posesiones, los patrimonios, o disminuyendo los deseos, la avidez, la ambición.
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La primera vía conduce inexorablemente a la insaciabilidad permanente, a la ansiedad, y consecuentemente a la frustración existencial, pues el deseo es una espiral ascendente que nunca se satisface, como nunca puede llenarse un tonel sin fondo, castigo al que las Danaides fueron condenadas, durante toda la eternidad, por el Dios Olímpico Zeus.
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La segunda vía conduce a la serenidad vital, al sosiego del espíritu, al apaciguamiento del alma, al regocijo con lo necesario y al desprecio despiadado de lo superfluo y de las necesidades artificialmente creadas.
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"Todo lo que te basta está a tu alcance", sostenía acertadamente el filósofo estoico Séneca, idea que está en concomitancia con el concepto horaciano del "Aúrea mediocritas", la dorada mediocridad, la dorada medianía, el conformarse con lo que se tiene. Ni la sordidez de la pobreza extrema, ni la insultante suntuosidad y ostentación de la opulencia, sino la sobriedad, la mesura, como "punto medio" aristotélico. El ser debe prevalecer sobre el tener.
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Además como decía Séneca todo lo que poseemos, incluso la vida, nos lo han otorgado los Dioses de forma provisional y en usufructo, y debemos estar prestos a cederlo sin vacilación al menor requerimiento de sus propietarios inmortales, aunque es evidente que el hecho de arrebatarnos la propia existencia es el peor de los expolios que los Dioses o el Destino nos pueden infligir, pues supone nuestra extinción como seres humanos.
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Todas las posesiones de consistencia material que son susceptibles de sernos despojadas carecen realmente de valor; por ello es preciso que cultivemos nuestro Ser, nuestra individualidad, nuestra espiritualidad, los valores éticos, el afán de saber. La posesión mata lo que la esperanza crea.
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Derrochemos sin medida generosidad, entusiasmo vital, comprensión, empatía... Ahí radica sin duda la esencia de la Felicidad y no en la vil posesión.
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(Zaragoza, 8 de Enero de 1995).

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